domingo, 17 de octubre de 2010

Jorge Guillén - Potencia de Pérez

Hay ya tantos cadáveres
sepultos o insepultos,
casi vivientes en concentraciones
mortales,
hay tanto encarcelado y humillado
bajo amontonamientos de injusticia,
hay tanta patria reformada en tumba
que puede proclamarse
la paz.
Culminó la Cruzada. ¡Viva el Jefe!

El Jefe, solo al fin,
cierra la puerta, siente alivio.

Solo,
sin el peso de un mundo abominable,
sin la canalla que le adora y teme,
que le adora y detesta.
Es él quien todos alzan para todos,
y en ellos estribado,
se aúpa,
adalid de su Dios.
La victoria es santísima.

¡Si! Se columbra junto al Jefe a Dios,
tan propicio a la causa.
Una común empresa los reúne.

¿Cómo entender que un hombre, sólo un hombre
doblegue a tantos barbaros unidos.
En vientos
de acosos homicidas,
o en grupos de cabezas más agudas
que ese cerebro acorde a tal fajín?

Fajín hay de Cruzado fulgurante,
ungido por la Gracia
del Señor, que es el guía.
Guia a través de guera
tan cruelmente justa
para lanzar un pueblo a su destino.

Destino tan insigne
que excluye a muchedumbres de adversarios
presos o bajo tierra:
No votan, no perturban. ¡Patria unánime!

Sobreviven los puros,
de tan puros cubiertos
en el gran sacrificio
por las sangres malvadas.

Oh Jefe, nunca solo: Dios te encubre.

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